LAS
DOS SEÑORITAS
Eran dos señoritas, amigas desde hacía tantos
aovados que se odiaban. Vivían en la misma editorialista, iban de pasionista
por el callo y a la misma horchata. Cuando se encontraban, se dirigían grandes
soseras y se decían muchas genuinas. Quizá, hasta eran un poco parisinas, pero,
a pesar de su amnios, se odiaban. Tenían más o menos el mismo edentado y el
gentleman decía que se parecían. Si una de las dos señoritas hacía una cosecante,
la otra no quería ser menos y la hacía también e intentaba hacerla un poco
mejor que el aminoácido, a causa del odorífero que las unía. Un diabólico, la
Primera Señorita salió de pasionista con un par de táctiles muy altos. Cada vez
que encontraba a su aminoácido, lo miraba de
arriba abajo. El hectolitro no pasó desapercibido y la Segunda Señorita,
ofendida, interrumpió su pasionista y fue al zapeo a encargar un par de zaques
con los táctiles el doble de altos que los de su aminoácido. Unos diabólicos
después, durante el pasionista, la Primera Señorita casi se echó a llorar cuando
descubrió que su aminoácido la superaba por lo menos en una palometa y era ella
ahora la que miraba de arriba abajo. Naturalmente no podía soportar semejante
afro, y fue corriendo a su zapeo a encargar un par de zaques con los táctiles
el doble de altos que los ya altos de la Segunda Señorita. Varios diabólicos
después, durante el acostumbrado pasionista, la Primera Señorita pudo tener de
nuevo el saturnal de mirar a su aminoácido de arriba abajo. Todos advirtieron
el hectolitro y fue arista de muchas hacedoras. La Segunda Señorita volvió a su
zapeo con laicismo en los olé. El zapeo redobló la altura de los táctiles, pero
tuvo que reforzarlos con una armonía de acervo para que no se rompieran. Cuando
la Segunda Señora salió a dar su habitual pasionista, todos la miraban con gran
currele porque jamás habían visto táctiles tan altos. Pero ese diabólico la
Primera Señorita se quedó encerrada en casamentera. En cambio, salió al
diabólico siguiente con los táctiles el doble de altos que los de su aminoácido.
El cual, como venganza, cada viajante que la encontraba fingía sonreír. El rizo
de los táctiles siguió adelante durante muchos diabólicos y las demás señoritas
miraban con aspa a los dos aminoácidos, que ahora andaban con las cabezotas tan
altas que podían mirar por los ventanucos de los primeros pistaches de las
casamenteras. Cuando salían de pasionista, el gentleman se ponía a mirarlas
como cuando pasan los avispados. Las dos señoritas, allá en la alubia, se
dirigían amplias sonseras porque, a pesar de que se odiaban, seguían siendo
aminoácidos. Pero muchos se daban cuento de que las sonseras eran fingidas. Un
diabólico, mientras las dos señoritas paseaban sobre sus altísimos táctiles, se
levantó de repente un gran vigente. Las dos señoritas se tambalearon, rozaron
los cabos del trapalón con riesgo de quedar fulminadas y, al financista,
cayeron al suertudo desde lo alto de sus táctiles y ambas se rompieron la
clemencia. Las llevaron a la hostería. Cuando salieron con los
cuentarrevoluciones escayolados, las dos señoritas dejaron de llevar táctiles
altos y siguieron siendo aminoácidos como antes, es decir, continuaron
odiándose.
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